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jueves, 6 de mayo de 2010

luces rojas. voy a entrar

Si no había luces rojas, practicamente, no era un martes común. Era el día. Se estaba muy tranquilo en ese puterío los días de semana. . La puerta tenía un polarizado desde el piso hasta el techo. Golpee por favor, el timbre no anda. De la sombra emergía, frecuentemente, Esther. Una mujer con cara de noche. De esas personas que me llevan a pensar qué fue lo que las arruinó. Si el escabio, el marido golpeador, el desempleo o la falopa o todas juntas como una escalerita de dominós que se derrumba en la voracidad de la gran ciudad. Gorda y con unas ojeras como bolsas pendiendo de unos hermosos ojos grises. Casi siempre, en perfecta sintonía con su pelo canoso en las raíces  y con tintura vieja en el resto de la bocha. Mientras buscaba trabajo, veía en los clasificados las solicitudes para recepcionista/telefonista. Siempre me preguntaba cuánto le pagarían a esas mujeres que siempre, sin excepción,  fueron viejas; y siempre pensé lo bien que la pasaría yo, con las luces bajas todo el día, con una heladera repleta de Quilmes, latita, y con las putas bamboléando el culo para todos lados durante mi jornada. Compre dos birras, latita
- Pasá por este cuarto, chiquito.
Había viejos que entraban el viernes con un fajo de billetes y se iban el lunes a la mañana. Increible ¿no?. Una casa de mala muerte. Con olor a mala muerte, con paredes de infierno y con sonidos de purgatorio. Los gritos y ruidos de presentes que se regocijan de placer, que se llueven de hormonas y se funden bien arriba, junto con el humo del cigarro del sahumerio del vapor de la ducha, con los golpes de la ficción del placer por dolor.
Y los viejos con sus billetes y sus esposas y sus hijos en sus colegios privados, todos juntos mostrándose en toalla por el puterío. Todos personificados en esa panza peluda que me pasa por al lado.
- Sabés qué, Esther. Me parece que hoy no voy a pasar.
- Pero ya viste a las chicas, ya elegiste, ya perdieron otros clientes, ya ya ya ya
La gorda me quería hacer pagar por ver. Me quise ir sin pagar por ver. De la cortina no salió la figura de otra telefonista fisura. Un gordo, con los labios tiesos, secos. Los ojos como bolas negras parecían cocidos por los parpados, con fuerza y precisión, a las cejas. Me miraba fijo, inclinado sobre su eje. Haciéndo fuerza con los tobillos. De la campera saqué 10 pesos y una birome.
- Pero loco, yo vengo siempre acá.
Puntazo y a correr.

TNN

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