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lunes, 10 de mayo de 2010

El bosque

Cuando empezó a derretirse la nieve del bosque, las personas aparecieron de repente. Yo que había estado solitario, refugiado en mis libros al calor de constantes fogatas, me vi gratamente sorprendido. Acampantes comenzaron a poblar la zona trayendo una atmósfera que jamás habia sentido en ese hogar alternativo. Las fogatas ya no alcanzaban a calentar a tanta gente y pronto comenzamos a poblar el claro aledaño a mi primer lugar de refugio, alrededor de una hoguera constante. El bosque proveía. Toda persona que quisiera entrar al campamento era bienvenida. Sólo había una regla, no podía existir el contacto con el mundo exterior. Iba principalmente destinada a la tecnología electrónica moderna que no te dejaba vivir el momento. Yo ya lo había padecido, como autómata dejaba que vivieran la vida por mí, que me dijeran que pensar, que sentir. Simplemente ser conciente de las manipulaciones no era suficiente, necesitaba más. Poco a poco fui cortando mis raíces, esas que me forzaban a quedarme en el molde aunque no estuviera cómodo con la situación. Al tiempo logré juntar valor y el único rastro que quedó de mi fue una extensa carta arriba de la mesa. Cuasi-filosóficamente contaba las razones por las que debía dejar esa sociedad. Estaba escrita con mis palabras, casi escupidas, sin forma ni patrón, pero Bukowski me había enseñado que mientras hubiera sentimiento la escritura era válida en cualquier forma. Y esa era la forma de expresarse de un disconforme, de un loco. Los primeros en encontrarme en el bosque me relataron cómo fue que quien encontró la carta logró publicarla. Y toda esa gente que se me unió en el campamento aparentemente la habían leido, y nos habíamos conectado, leyeron lo que yo sentí, entendieron lo que yo sentí y finalmente, sintieron lo que yo sentí. Al fin de cuentas, debe haber muchos más locos tal como uno mismo dando vueltas por allí, esperando la reacción en cadena.







TNN

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