- Pasá por este cuarto, chiquito.
Había viejos que entraban el viernes con un fajo de billetes y se iban el lunes a la mañana. Increible ¿no?. Una casa de mala muerte. Con olor a mala muerte, con paredes de infierno y con sonidos de purgatorio. Los gritos y ruidos de presentes que se regocijan de placer, que se llueven de hormonas y se funden bien arriba, junto con el humo del cigarro del sahumerio del vapor de la ducha, con los golpes de la ficción del placer por dolor.
Y los viejos con sus billetes y sus esposas y sus hijos en sus colegios privados, todos juntos mostrándose en toalla por el puterío. Todos personificados en esa panza peluda que me pasa por al lado.
- Sabés qué, Esther. Me parece que hoy no voy a pasar.
- Pero ya viste a las chicas, ya elegiste, ya perdieron otros clientes, ya ya ya ya
La gorda me quería hacer pagar por ver. Me quise ir sin pagar por ver. De la cortina no salió la figura de otra telefonista fisura. Un gordo, con los labios tiesos, secos. Los ojos como bolas negras parecían cocidos por los parpados, con fuerza y precisión, a las cejas. Me miraba fijo, inclinado sobre su eje. Haciéndo fuerza con los tobillos. De la campera saqué 10 pesos y una birome.
- Pero loco, yo vengo siempre acá.
Puntazo y a correr.
0 comentarios:
Publicar un comentario