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martes, 1 de junio de 2010

La mancha roja

    Allá por los años de posguerra, en una casa del sur de Michigan, el pequeño Timmy, de 9 años de edad se miraba el pie con terror. Lo que había sido un simple motivo de comicidad hoy lo tenía a mal traer. Parecía ser que por un pequeño defecto de crecimiento, el dedo pequeño de su pie derecho se levantaba y viraba a la izquierda, montandose al consiguiente. Asimismo, conservaba sangre en vez de dejarla correr y esto hacía que se tornara de un color rojo violaceo, que resaltaba frente a los demás dedos blancos.  
    Timmy no se animaba a contarle de la evolución continua de su dedo a su padre. Él era una persona importante, trabajaba como secretario en el Comité de Actividades Antiestadounidenses. El pequeño no entendía del todo de que se trataba el trabajo, pero siempre que su padre se quedaba hasta largas horas de la noche jugando naipes con sus amigotes de la oficina, Timmy oía desde la escalera frases como "todo lo que se torne a la izquierda debe desaparecer". Esto lo asustaba mucho al niño, que miraba su pie y no comprendía lo que pasaba. Ya habían tenido un episodio hacía poco tiempo con su padre, y había sido inflexible. Le había hecho descolgar todos los posters que tenía en su cuarto de Charlot, el personaje que Charles Chaplin interpretaba en sus películas, porque "ese sucio comunista sólo merece ser colgado de una manera, del cuello". Cuando supo que el actor había sido mandado a otro país, a otro continente por esa causa, fue el quiebre para Timmy, decidió enfrentar a su padre.
    Una noche, cuando el adulto llegaba a casa, fue interceptado por su hijo antes de entrar en su oficina, aunque este le pidió entrar, así la madre no se enteraba de la aterrante situación.
    Mientras Timmy se descalzaba su pie derecho, habló con voz firme:- Papá, creo que soy comunista.
    El padre absorto y balcuceante trató de persuadirlo:- Pero Timmy, ¿de qué hablas?, tu ni siquiera sabes lo que es el comunismo. Eres un buen chico.
    Decidido a ir hasta el fondo del asunto, sin importar las consecuencias, el niño le mostró su pie y más precisamente, su dedo color sangre que viraba a la izquierda. -Acá está la prueba, papi. ¿Ahora tendré que irme a vivir con Charlot?¿Tendré que dejar Estados Unidos?- añadía mientras le caían las primeras lágrimas- Papá, no quiero irme, no quiero ser comunista.
    A esto, el padre, ya con una sonrisa de alivio le dijo:- No querido hijo, tú no tendrás que irte. Eres un buen chico, tú irás al cielo. Ahora vamos a la mesa, que tu madre nos espera para una cena en familia.- Abrazó al chico, le beso la frente y salieron juntos al pasillo.


TNN

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